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miércoles, 21 de julio de 2010

Una cuestión de dignidad


Antonio Tellado
Secretario Político de la Agrupación “Andrés Rodríguez” del PCA de Málaga
Vivimos en una sociedad que es, por obra y gracia de los medios de comunicación, cada día más consumista y pasiva. La máxima expresión de la televisión son los programas basura, emitidos en horas de máxima audiencia como una cuestión de interés general para informar sobre quién se acuesta con quién o sobre la vida y ocurrencias de personajes creados de la nada para ofrecer al espectador la nada más absoluta. Ese alimento informativo destinado a nutrir a las masas es la gran aportación de la televisión privada a la sociedad española desde que decidieron implantarla los dos partidos que en la práctica monopolizan en el reino el ejercicio del poder. Con la entrada de la iniciativa privada en la televisión y su chabacana oferta de programas, el sistema se aseguró una de sus bazas más importantes para ejercer su hegemonía política y social: mantener a la gente pendiente de tonterías para que su único contacto con la política sea ir cada cuatro años a depositar un voto. De esa forma pudieron hacerle olvidar muchas cosas, precisamente las más importantes, las que tienen que ver con lo que marca nuestras vidas, la economía: cómo se reparte la riqueza, por qué padecemos tanta corrupción y dónde va a parar el dinero que nos roban; por qué hay paro y trabajo precario en una sociedad que se autoproclama la octava economía del mundo; por qué en esa sociedad existen tantos chabolistas y tantas personas sin techo, etc. etc. La pérdida de la capacidad de razonar sobre las causas que originan las desgracias que padecemos, así como el creciente olvido de nuestro pasado, no es fruto de la casualidad, ni se ha producido de forma espontánea, sino que es precisamente lo que buscaban los amos de la economía y de los medios de comunicación, los dueños del poder. Gracias a la amnesia casi irreversible a la que han llevado a gran parte de la población, muchos parecen ignorar que los abultados beneficios de los bancos y de las multinacionales se han obtenido a su costa, y que los intereses de los trabajadores y las clases populares son absolutamente contradictorios con los de los banqueros y los magnates. Así es como han podido conseguir que un número muy importante de trabajadores voten a la derecha o a la socialdemocracia derechizada, lo que jamás hubiera sido posible con ciudadanos preocupados por los asuntos que les afectaran y por su participación en la vida política, porque sólo quien no esté en sus cabales estaría dispuesto a dar su voto y su confianza a sabiendas de que va a servir para que los que se lo piden hagan una política contraria a sus intereses.
A ese olvido de las masas también ha contribuido la izquierda durmiéndose en unos laureles que nunca consiguió, mientras el discurso de sus intelectuales se caracterizaba por la ausencia de didáctica hacia ellas, ya que frecuentemente se han dado por sabidas muchas cosas, sin tener en cuenta que si nadie se dedicara cada día a enseñar a las nuevas generaciones la a e i o u, en muy poco tiempo terminaríamos siendo una sociedad de analfabetos. Es evidente que en las relaciones laborales que son las que marcan nuestras vidas de forma más determinante que cualesquiera otras, también hay que enseñar constantemente las primeras letras de su funcionamiento.
Lo primero que nadie debe olvidar es que las condiciones de vida y de trabajo de hoy se consiguieron como resultado de la lucha de generaciones de trabajadores, porque no hace tanto tiempo, en el siglo XIX y principios del XX, ayer como quien dice, los obreros y campesinos, incluidos niños menores de diez años, trabajaban de sol a sol, tal como hoy se trabaja en África. Esas condiciones de trabajo, no fueron abolidas por designio divino, ni mucho menos por la bondad de los capitalistas, que para aplastar las protestas de los trabajadores no dudaban en emplear todos los medios a su alcance, incluyendo a los gobiernos a su servicio y a través de ellos a las fuerzas de orden público y al ejército, sino que fue la lucha, el sacrificio y la unidad de los trabajadores en miles de huelgas las que consiguieron arrancar lo que hoy llamamos sociedad del bienestar. En nuestros días, los capitalistas, que no descansan en su búsqueda de mayores beneficios, están imponiendo lo que llaman competitividad, que no es otra cosa que la rebaja de los salarios y el aumento del ritmo y del número de horas trabajadas, para, de esa forma producir más barato; o sea, ir eliminando el bienestar social de la población en los países desarrollados para conseguir mayores plusvalías; se trata de hacer retroceder las relaciones laborales hasta niveles del siglo XIX –no cabe la menor duda de que si pudieran las harían retorcer al nivel africano. Pero para conseguir ese retroceso de la mayoría les resulta absolutamente necesario romper el espinazo de los sindicatos, que con todos sus defectos y sus carencias, representan un obstáculo importante en su camino. Ante el reto que supone el ajuste duro que están aplicando los gobiernos socialdemócratas, conservadores y poPPulistas europeos para preservar en plena crisis los abultados beneficios de los bancos y las multinacionales, los sindicatos de la Unión Europea han convocado una huelga general en todo el continente. No es poca cosa lo que está en juego.
Así que, hay que recuperar la memoria a marchas formazas, y en primer lugar el ABC de las relaciones laborales: Que la unidad con los que compartimos intereses es lo único que nos da fuerza para enfrentarnos a los que desde el poder quieren quitarnos lo que es nuestro. Que lo que se tiene o se consigue hay que defenderlo, sin dar nunca pasos atrás, tales como aceptar rebajas en los salarios o en las pensiones, o renunciar a derechos conquistados. Sonroja oír las razones esgrimidas por los que no secundan las huelgas, como no poder permitirse perder los ingresos de un día de trabajo por sumarse a la huelga, una excusa miserable y ruin de gente a las que seguramente no les importa gastárselos en bingos, loterías o bebidas. Contrasta con la actitud de los que con su sacrificio consiguieron nuestro bienestar, trabajadores de tiempos muy difíciles en la mayor parte de los casos con una numerosa prole a la que alimentar, afrontaron duras huelgas, a veces muy largas, sin detenerse en considerar que al no cobrar los salarios de los días de huelga, podían verse, ellos y los suyos, en una situación de hambre dramática; es que esa gente por encima del presente miraba el futuro –nosotros y las generaciones venideras-. Otro argumento que se utiliza para no sumarse a la huelga es el de la libertad para ejercer el derecho al trabajo, lo que no deja de ser un eufemismo de lo que no es sino aprovecharse del sacrificio de los demás para conseguir mejoras sin ningún esfuerzo. No le demos más vueltas, unos y otros son lo que siempre se han llamado esquiroles, una palabra que con la amnesia que padecemos parece olvidada, pero que define una de las cosas más indignas y despreciables que puede llegar a ser una persona.
Los recortes salariales y de derechos por parte de los gobiernos del continente, son una agresión absolutamente injustificada a los que nunca originan crisis, por la sencilla razón de que simplemente se dedican a trabajar y a pagan impuestos; los gobiernos ni siquiera disimulan entre su palabrería el verdadero objetivo de sus medidas: favorecer a los que nadan en la abundancia. Así que, la huelga general que en legítima defensa han convocada los sindicatos europeos, está más que justificada, convirtiéndose la participación en ella en una cuestión de dignidad, o como decía un viejo obrero de mi barrio cada vez que eran convocadas: “De lo que se trata es de tener vergüenza”.
ANTONIO TELLADO laRepublica.es

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