Antonia Morillas, Concejal de IULV-CA en el Ayuntamiento de
Málaga
El futuro del Metro de Málaga está protagonizando el debate
público en la ciudad. No creo, sinceramente, que ocupe el mismo protagonismo en
las preocupaciones con las que los malagueños se levantan y acuestan cada día.
Cosas que pasan, y no por casualidad. En pleno centro del maremoto de
desmantelamiento de los servicios públicos, del paro galopante, del
empobrecimiento masivo y de la anulación de derechos fundamentales en un
escenario de corruptelas y crisis del régimen, el debate del Metro surge en la
ciudad con una relevancia y vehemencia inquietantes. Y no digo que no sea un
debate importante, en el que es imperiosa la máxima participación de la
ciudadanía en la toma de decisiones al respecto, pero sin duda, que ocupe la
centralidad que está ocupando, solo puede ser consecuencia de una estrategia
partidaria a la que le es más rentable conflictivizar sobre el Metro, que
hacerlo sobre las pensiones, el paro y la precariedad, la carestía de la vida,
la dependencia o la sanidad.
Sin embargo, tomar partido es una obligación y una
responsabilidad social, en general para la vida, y también en el debate del
Metro. Que un grupo político no tome posición solo puede ser consecuencia de
tibieza, mediocridad o de un interés "soterrado" bajo cálculos
electorales desfavorables.
A la pregunta de ¿cómo te gustaría que fuera el Metro? Se
puede responder desde varias premisas. La más común: la estética. El PP está
convirtiendo el debate del Metro en un debate estético sustentado en la leyenda
popular de que el Metro, para ser un metro de verdad, tiene que ir por abajo,
soterrado. Normal, teniendo en cuenta que la referencia que tenemos todos, es
el Metro de Madrid, probablemente el primer metro que todos hemos conocido y la
imagen que viene a nuestra cabeza, cuando aparece la palabra “metro” en una
conversación. Sin embargo, basta con bucear por google, para apreciar que la
realidad siempre es más diversa y amplia de lo que nuestros ojos han visto o
conocido, y que la utilidad social de un medio de transporte colectivo como el
Metro, no está condicionada por su tránsito por arriba o por abajo.
Estrasburgo, Zaragoza, Amsterdam, Frankfurt, Marsella, Lyon, ..., todas ellas,
ciudades europeas con metros que compatibilizan tramos soterrados con tramos en
superficie, sin que ello haya provocado efectos dramáticos entre la población.
Sobre la estética, podríamos tener un amplio debate, y como
siempre, en lo referente a la estética “hay gustos para todo”. Sobre el impacto
en el diseño urbano del centro de la ciudad, también podríamos tener un amplio
debate entre un centro ocupado por los 40.000 coches que cada día atraviesan la Alameda principal o un
centro recuperado por los peatones para su paseo y disfrute. Recuerden los
debates sobre la peatonalización de la Calle Larios. Sin embargo, no voy a valorar estos
aspectos, porque creo que el debate central es sobre la ética en el gasto
público. La ética y la responsabilidad sobre el gasto realizado, la ética y la
responsabilidad sobre el destino futuro de los impuestos de los malagueños, en
un escenario de recorte presupuestario.
Más de 500.000.000 de euros lleva gastados la Junta de Andalucía en el
Metro de Málaga. 500 millones de euros invertidos, unas obras largas y con
enormes imprevistos que conllevaron en la etapa anterior de gobierno del PSOE
en solitario en la Junta ,
el incumplimiento de plazos de ejecución y la paralización de las obras, con
los consiguientes perjuicios para vecinos y comerciantes. Una inversión de más
de 500 millones de euros bien vale ser rentabilizada socialmente. Es una
irresponsabilidad política enorme plantear como posibilidad, tal y como está
haciendo el PP y el gobierno local, la paralización de las obras y que estas no
lleguen a su término, augurando un escenario económico futurible más favorable.
¿Acaso alguien quiere que el Metro de Málaga acabe siendo el particular
aeropuerto de Castellón de los malagueños?
Lo que queda por hacer y lo que nos costaría. Ni más ni
menos que 430 millones más costaría la solución soterrada, cuatro veces más que
la solución en superficie. Y esta estimación económica se queda corta, ya que
si finalmente se para la puesta en funcionamiento en Renfe, no solo afectaría a
la utilidad social de metro, ya que el mismo sería menos usado que otros medios
de transporte públicos que llegan hasta el centro, sino que implicaría pagar a
la empresa concesionaria año a año millones de euros por el déficit de
explotación. Hablamos de millones de viajeros previstos, millones de malagueños
que no se van a poder beneficiar de la obra que están pagado. En el caso del de
Sevilla, y aunque no nos guste compararnos, cada año la Junta paga más de 50
millones de euros a la empresa. ¿Estamos dispuestos los malagueños a que
nuestros exiguos recursos vayan a parar a una empresa, sin sacar ningún
beneficio alguno por ello?
Más sobrecostes. Una solución en superficie permitiría poner
en 2013 en funcionamiento las líneas hasta Renfe, en 2014 hasta el
Guadalmedina, en 2015 hasta la
Malagueta y en 2016 la línea 3 hasta el Palo. Una solución
soterrada del Guadalmedina a la
Malagueta tendría un tiempo mínimo de obra de 3 años (el
doble que la solución en superficie), ampliables indefinidamente, teniendo en
cuenta el previsible hallazgo de restos arqueológicos bajo la Alameda. Recuerden
el drama de la paralización de las obras en los callejones del Perchel por esta
razón. Cada año de retraso en la obra, significa mayor desembolso de recursos
públicos, de unos recursos públicos que no existen ni en las arcas de la Junta ni en las del
ayuntamiento, y cuya búsqueda a través de la generación de deuda está limitada,
como todos sabemos, por la ley de estabilidad presupuestaria del PP. Por poner
un ejemplo de sobrecostes en una obra pública sufragada por los malagueños:
Cuando la remodelación de la
Plaza de la
Marina , se preveía una obra de 20 meses de duración con un
coste de 350 millones de pesetas. Finalmente se ejecutó en 36 meses, con un
coste de 1.500 millones de pesetas. ¿Estamos dispuestos a gastar lo que no
tenemos en un medio de transporte que va a estar infrautilizado por la demora
previsible de las obras y por la incapacidad para sufragar los sobrecostes?
Para cerrar la cuadratura del círculo, una solución
soterrada requeriría de la ocupación parcial para las obras del aparcamiento de
la plaza de la Marina.
Menos aparcamientos en el centro y nuevo desembolso de dinero
público a la empresa del aparcamiento, en concepto de indemnización por cese
del uso del mismo durante el periodo que dure la obra. Insisto, periodo
incierto. Y todo ello, justo cuando se está recortando en ayudas sociales, en
servicios sanitarios y educativos, en políticas de empleo. No parece ser de
justicia, aunque a muchos les resulte más bonita estéticamente, optar por una
solución soterrada que significaría la ruina económica para las
administraciones que nos gobiernan y prestan los servicios públicos que aún nos
quedan, los que aún no han desmantelado, a duras penas.
Ni que decir tiene que la ética en el gasto público no ha
sido la dominante en años anteriores. A todos se nos vienen a la cabeza un
puñado de inversiones millonarias, a cargo de la hacienda pública, con nulo uso
social. En Málaga tenemos unos cuantos casos: la gerencia de urbanismo, las obras
y canon del fallido Museo de las Gemas, la compra por 21 millones de los
edificios del Astoria y Victoria, que continúan siendo un hervidero de ratas y
escombro, y un largo etcétera que los malagueños conocen. Sin embargo, defender
la posibilidad de que una infraestructura de transporte que ya ha arañado una
inversión millonaria, quede paralizada e infrautilizada y por tanto, generando
más gasto inútil socialmente, por una razón estética, por el ánimo de echar
candela a la batalla entre instituciones gobernadas por diferentes opciones
políticas o en el mejor de los casos, por un modelo de ciudad anacrónico, no
parece justificable en los tiempos austeridad que corren. Prioridades,
preguntemos a los malagueños cuales han de ser las prioridades en el gasto público.
Sinceramente. Preferimos un metro que ofrezca una nueva
alternativa de transporte público y colectivo a cuantos más malagueños, mejor.
Preferimos un medio transporte menos contaminante, y estamos dispuestos a ello,
aunque signifique ver pasar un tren por la Alameda cada 5 minutos. Preferimos que la Junta de Andalucía y el
Ayuntamiento prioricen el mantenimiento de los servicios sociales, de la
educación y la sanidad, a que atendiendo a un capricho estético, gasten los
recursos públicos en una obra inviable económicamente, que hipotecaría nuestros
impuestos durante décadas. Y sí, Prefiero un metro en superficie, aunque ello
signifique perderme la gran satisfacción visual de apreciar el tránsito de
40.000 vehículos al día por la
Alameda principal, con el agradable olor que desprenden.
No hay comentarios:
Publicar un comentario